Pesadilla infernal: una familia siria atrapada por el veto migratorio de Trump
En una sombría tarde de enero, Naief y Nsreen Ghazoul se sientan y forman un círculo con sus hijos y su nieta en el salón familiar mientras toman chocolate caliente. Su nieta de 18 meses, Shahed, comparte con ellos las palabras que acaba de aprender. Tras unas palabras en árabe, se ríe y suelta un tímido “os quiero” en inglés.
Es una forma relajante de terminar un lunes ajetreado, en el que han llevado a los niños a la escuela, han ido al médico y han hecho otras gestiones para prepararse para la semana. La familia afirma que así es el ritmo de vida en Estados Unidos y es evidente que para ellos es un alivio estar en el país.
El año pasado, por estas mismas fechas, los Ghazoul, una familia de refugiados sirios, no estaban tan seguros de qué les deparaba el día siguiente. Naief y Nsreen llegaron a Estados Unidos procedentes de Jordania el 19 de enero de 2017, acompañados de dos de sus hijos, Hayah, de 16 años, y Abdulrzzaq, de 12, un día antes de la investidura de Donald Trump.
Una de sus hijas mayores, Manyah, tenía que llegar una semana más tarde con su marido, Ali Daleh, pero Trump, en la que fue una de sus primeras medidas como presidente, firmó un decreto que prohibía la entrada a Estados Unidos a los ciudadanos de ciertos países mayoritariamente musulmanes y también prohibía la entrada de forma indefinida a los refugiados sirios.
“Fue una pesadilla infernal”, afirma Naief, al recordar que en esas fechas que la familia quedara separada era una posibilidad. La familia Ghazoul habló con The Guardian con la ayuda de un intérprete.
Como muchos otros refugiados, su hija y su yerno habían vendido todo lo que tenían cuando hicieron los preparativos para mudarse a Estados Unidos. Si un juez federal no hubiera bloqueado el decreto migratorio de Trump, no habrían conseguido reunirse con su familia pero finalmente se les permitió entrar en el país.
“La prohibición nos impidió entrar durante diez días”, indica el yerno de Naief, Ali. “Cada día fue como un año”.
Ahora, la familia vive en un complejo de apartamentos con jardín en una calle tranquila de una localidad pintoresca en la que destaca la presencia del campus de la Universidad de Virginia.
La calle del hogar familiar se cruza con la calle principal, que tiene todos los ingredientes del típico suburbio de Estados Unidos, con sus cadenas de comida rápida, un establecimiento Walgreens y tiendas de artículos para el hogar.
La peripecia de los Ghazoul empezó a unos 10.000 kilómetros de distancia de su hogar actual, en Homs, una ciudad que en el pasado fue considerada la “capital de la revolución” y que el régimen sirio convirtió en cenizas.
Tras el levantamiento de 2011, las fuerzas leales a Bashar Al Asad atacaron el barrio de los Ghazoul y la familia se mudó a Hama, situada en el centro-oeste del país. Sin embargo, cuando la guerra civil se intensificó en 2014, optaron por huir a Jordania.
Tras un periplo de tres días que incluyó una larga caminata por el desierto y haber tenido que esconderse en vehículos que normalmente se utilizan para transportar ganado, los Ghazoul llegaron a Amán y comenzaron los angustiosos trámites para obtener el estatus de refugiado. “Estábamos desesperados y no teníamos alternativa”, indica Naief.
Los Ghazoul cumplieron con el papeleo de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y tras un año de trámites y entrevistas les asignaron Estados Unidos como país de acogida. Sin embargo, una de sus hijas, que se acababa de casar en Jordania, no solicitó asilo inmediatamente. No pensó que en cuestión de días el nuevo presidente de Estados Unidos, cuya victoria tuvo lugar en una campaña marcada por los sentimientos contra los inmigrantes, prohibiría la entrada de refugiados sirios.
Nsreen se cubre el rostro con las manos y sacude la cabeza al mencionar a Trump. Naief se levanta de la silla para mostrar la fotografía de su hija, Ghazal.
Familias separadas
“Nuestra familia ahora está dispersa”, indica Naief: “Nuestro tejido familiar se está rompiendo”. Como muchos refugiados, los Ghazoul se han sentido víctimas del periodo tumultuoso que empezó con la prohibición de entrada decretada por Trump. Ahora hace un año que se anunció el decreto, y el vaivén judicial y político en torno a esta medida ha sembrado el caos y socavado la imagen internacional de Estados Unidos.
Naief y Nsreen se han podido instalar en Estados Unidos con tres de sus hijos pero sienten un profundo vacío ya que una de sus hijas se ha quedado en el limbo.
Para todos aquellos que defienden los derechos de los inmigrantes y para los detractores de Trump, el decreto que prohíbe la entrada a los nacionales de países musulmanes es la manifestación más obvia del programa nacionalista anunciado por el presidente con la expresión “Estados Unidos primero”.
Durante la campaña presidencial, Trump prometió que terminaría de una vez por todas con la entrada de musulmanes en Estados Unidos y en numerosas ocasiones prometió que prohibiría la entrada de refugiados sirios. En una ocasión, incluso insinuó que, si ganaba las elecciones, deportaría a miles de refugiados sirios que ya vivían en Estados Unidos.
“Pongo sobre aviso a los que llegan procedentes de Siria en una ola de migración masiva. Si gano, si gano, van a tener que volver a su país”, afirmó Trump en un mitin en New Hampshire.
Si bien Trump tiene una capacidad limitada para expulsar a los refugiados sirios que ya viven en Estados Unidos, el tono incendiario de algunos de sus discursos ha dado paso a una nueva fase para la política migratoria del país.
El primer decreto que establecía la prohibición de entrada de los nacionales de algunos países y que se anunció al término de la primera semana de Trump en la Casa Blanca generó caos y confusión en los aeropuertos del país. Imágenes en directo mostraron a cientos de personas manifestándose en los principales aeropuertos de Estados Unidos y a abogados y a voluntarios entrando en las terminales para proporcionar asistencia legal gratuita a los viajeros afectados por la medida.
Los jueces federales se apresuraron a bloquear esta medida y se inició una batalla legal que todavía no ha terminado.
Naief se sienta encorvado sobre el suelo del salón y aprieta con fuerza su teléfono móvil mientras mira fijamente la pantalla. Su hija Ghazal, de 22 años, que se prepara para pasar otra noche lejos de su familia, lo mira desde 10.000 kilómetros de distancia.
En Amán, Jordania, donde Ghazal y su marido buscan desesperadamente la forma de reunirse con su familia en Estados Unidos, ya es medianoche.
“No conocemos a nadie”, explica Ghazal por FaceTime.
Nsreen escucha a su hija desde un sofá situado cerca de la pared pero está demasiado emocionada como para tenerla delante.
Con su mano derecha agarra un rosario musulmán. Nsreen afirma que piensa en su hija a todas horas.
Naief suspira y le da las buenas noches a Ghazal, y le pide a su “baba” (bebé) que se cuide.
Después, se hace el silencio en la habitación, hasta que Naief afirma que le gustaría poder hablar con Trump en persona.
Señala que es conocido el cariño que siente el presidente por su hija Ivanka. “¿Podría soportar que su hija estuviera en medio de una situación tan horrible y tumultuosa?”, se pregunta.
En los tres primeros meses de la presidencia de Trump, la cifra de refugiados admitidos en Estados Unidos cayó a prácticamente la mitad, comparada con los últimos tres meses de la presidencia de Barack Obama. Posteriormente, la Administración de Trump fijó un límite máximo de 45.000 refugiados para el periodo de octubre de 2017 a septiembre de 2018, lo que representa la cifra anual más baja de admisiones de refugiados en décadas.
Ahora, a los grupos de defensa de los refugiados, que ya estaban consternados por la fuerte caída en admisiones, les preocupa que Trump incumpla el límite que él mismo fijó.
Las perspectivas son todavía peores para los sirios que huyen de la guerra. En los cinco meses anteriores a la llegada de Trump a la Casa Blanca (finales de enero de 2017) los sirios representaban el 15% de las entradas al país, con un total de 4.675 admisiones, mientras que en los mismos cinco meses de 2018 solo representan el 0,5%, es decir, 34 familias. En total, la cifra de refugiados musulmanes que entra a Estados Unidos ha caído en picado, según datos de la Organización Comité Internacional de Rescate.
Hay refugiados que “no son bienvenidos”
“Me parece que el mensaje es obvio: los refugiados de ciertas nacionalidades no son bienvenidos a Estados Unidos”, indica Jennifer Sime, vicepresidenta de programas en Estados Unidos del Comité Internacional de Rescate.
“Para los refugiados sirios, la situación ha empeorado considerablemente”, añade.
Se espera que a finales de junio el Tribunal Supremo de Estados Unidos decida la suerte de los extranjeros afectados por el decreto de prohibición de entrada a Estados Unidos.
Los Ghazoul siguen la evolución de esta medida en las noticias pero intentan que la incertidumbre no los consuma. Tienen que reconstruir sus vidas en un país extranjero que ahora consideran su hogar.
En un principio Naief no pudo trabajar por problemas de salud y Nsreen encontró trabajo como mujer de la limpieza en un hotel. Ahora, Naief trabaja como lavaplatos en el Omni Hotel, donde Ali trabaja como cocinero. Sus hijos pequeños van a la escuela y poco a poco van superando la barrera del idioma y están haciendo nuevos amigos. Toda la familia va a clase para aprender inglés.
Naief asegura que, a pesar de todas las dificultades, son “profundamente felices” porque han podido empezar una nueva vida en un país que poco a poco se está convirtiendo en su nuevo hogar.
“Queremos formar parte de este país en todos los aspectos”, afirma.
La familia conserva buenos recuerdos del comité de bienvenida que los estaba esperando en el aeropuerto y de todas las personas que les han ayudado desde su llegada.
En agosto pasado, ocho meses después de su llegada, un grupo de racistas blancos y neonazis se manifestó en Charlottesville y se produjeron enfrentamientos violentos entre estos y un grupo de antifascistas. El balance fue de un muerto (una mujer atropellada por un joven de ideas neonazis) y varios heridos. Trump causó polémica al indicar que “ambas partes” eran responsables de lo sucedido.
Para los Ghazoul, las declaraciones alarmistas que han alimentado las manifestaciones de derechas ponen en evidencia que es necesario contrarrestar la idea equivocada de que los refugiados quieren entrar en Estados Unidos para hacer daño a la población.
“Nosotros ya hemos sufrido la violencia y el derramamiento de sangre en carne propia. Hemos venido para alejarnos de la guerra y no para empezar otra”, indica Nsreen.
Nsreen sueña con que sus hijos tengan un futuro con la clase de oportunidades que siempre han definido el sueño americano. Espera que las aportaciones de sus hijos y su nieta, que se ha quedado dormida en sus brazos, a la sociedad que los ha acogido refuercen la noción de que la diversidad es positiva.
Su marido también es optimista. “A lo largo de su historia, Estados Unidos siempre ha dado la bienvenida a los refugiados, este es su legado”, afirma Naief. “Trump será un fenómeno pasajero”.
Traducido por Emma Reverter